Llena de confabuladas poses,
amiga del desencanto callejero,
se lanza del puente,
vuela sobre la vereda.
Descalza —como los árboles—
camina sobre el vidrio, sobre el frío
de un corazón que no es el mío.
Cerremos el capullo mi vida; olvidémonos del mundo con su furia y su sonido, y su lastre luminoso. Hay familias de barro que se pierden del todo cuando llega la época torrencial de verano. Familias que no salen en TV los domingos, familias que, como un charco de agua oscura, se evaporan con el sol después del aguacero. Yo quiero ser la heroína que las lluvias no desmantelen como a un pedazo de barro moldeado, o que no muera de una granizada durante alguna noche que la noche pase sobre nuestro costado de planeta. Va a estar anocheciendo cuando salga y la lluvia habrá pasado. Afuera las cosas del día se nos van para abajo. Sube la noche con sus cosas negras y sonoras. Yo quiero ser la heroína romántica de la película que te hagas. Yo quiero atarte con juncos a la cerca del estanque y contarte un sueño que tuve y terminaba mal. "Después de todo...mañana será otro día".
Durante las horas negras de la madrugada me quedo en la plaza. Hace
rato ya empezaron a cerrarse los negocios. Los restaurantes y otros espacios
públicos quedaron vacíos. Quizás apenas algún bar humeante aún contenga
dentro el aliento de un par de tipos como yo, que no tienen razón para volver a
casa.
Hace unas semanas comencé
a no volver. No tengo ganas de verte. El trabajo me está comiendo el hígado y
vos los riñones. Me aburro, me ahogo, me duelen los ojos de nada más mirarte.
Así que adopté esta plaza,
y creo que ella a mí; así que esta plaza son “las horas extras” que vos sabés.
A veces hace un frío
estúpido y malhumorado, y acá la inseguridad es la reina de corazones.
Rojas como el semáforo que demora nuestras vacaciones en el punto final de este viaje terrestre, tus mejillas parpadeaban en los espejos retrovisores, en las vidrieras, junto a las últimas nubes también rojas, que se espejaban en los cristales de los negocios, de la última porción de tarde que la noche iba comiendo despacio como harías con una ciruela si estuviera en tu mano.
A la casa la consumen cicatrices de las que nadie se hace cargo
y los interesados ahora pasan de largo, engañados por el miedo que
causa el abandono.
Una mano de pintura roja sobre otra mano y las
manos manchadas de los obreros que pusieron mano sobre mano, en la
casa quebrada.
Anoche pasé por la vereda de esa casa corriendo y
cantando. Me puse a rezar por la belleza de los vidrios rotos, a
medias sostenidos en las ventanas, que refractan medio cielo, media
tierra, medio mar, medialuna, la mitad de tu cara, sólo uno de tus
ojos, que son verdes o cafés.
Para vos, esta noche me visto de sioux. Me pinto la cara roja con la pintura que los obreros olvidaron.
Y entonces soy otro chico salvaje y descalzo que tira piedras a las ventanas, feliz con sus guerras imaginarias.
Fotografía: Carolina Mora Texto: Matías Noya Lectura: Sole
Es la sala de clases de la
Dra. K. Un ámbito insufriblemente caluroso cuando brotan sus palabras como un
torrente insuperable de conceptos romanticistas. Los ventanales, que podrían
dotar algo de sosiego resoplando alguna brisa, son inútiles casi siempre: el
verano parece haber decidido instalarse ininterrumpidamente en nuestra villa.
Vistos desde el cielorraso los pupitres están dispuestos en un simétrico dibujo
romboidal; no hay cortinas, pero sí un par de plantas que bajo esta canícula
despiadada e inusual exponen todo el tiempo flores rojizas, casi diría de color
de fuego, como si fueran parte o se difuminaran con el mismo aire sofocado del
que respiran, o que al contrario emanan.
La Dra. ingresa siempre por la misma
entrada (la sala tiene dos puertas oblongas de roble pintadas de verde, una
enfrentada a la otra en los laterales del aula). Así, aguardando su saludo
sentimental de cada tarde de viernes, permanecemos sentados, pensativos,
dudando de la salubridad de haber optado por esta cátedra literaria. Durante
dos horas oiremos la etílica voz de la
Dra. predicando sobre las nuevas tendencias del arte, los
affaires de los escritores que empalagan las góndolas del supermarket, los
cientos de poemitas tragicómicos destinados a sus variados y fallidos amantes,
el concepto que de cada uno de nosotros tiene y su grave crítica a nuestros
escritos…
Alternamos —habitualmente— la lectura de
los clásicos con relatitos porno soft.
—Las letras son lo mismo, sean drama, comedia
o penetraciones—dice la Dra. K. Y de sus labios
todo suena irrefutable.
Ese no es el problema. Lo es, en cambio,
el odio que incapaz de comprender, siento por ella, un odio casi como un amor
terrible.
—Escríbame una novela —dijo una tarde
inclinándose hacia mí, casi besándome la frente— Yo seré su heroína. No le
faltarán sucesos. Su prosa será rica en pasiones, tragedias. Seré un espanto de
personaje, pero le daré la fama que anhela y que quizá merezca.