martes, 30 de octubre de 2012

Sobre el vidrio, sobre el frío...


Llena de confabuladas poses,
amiga del desencanto callejero,
se lanza del puente,
vuela sobre la vereda.
Descalza —como los árboles—
camina sobre el vidrio, sobre el frío
de un corazón que no es el mío.


Fotografía: Carolina Mora 
Texto: Matías Noya

martes, 25 de septiembre de 2012

Satélites


Decididamente esta tarde
los satélites no estuvieron de nuestro lado.
Igual, así,
nos comunicamos.
Nos amamos un rato por teléfono
mientras el sol entra en crisis
hasta mañana.
Dos cuerpos hermosos
sosteniendo dos latas
unidas por 700 km
de hilo tenso. 

Fotografía: Carolina Mora

Texto: Matías Noya




Hamacas


Hamacas.


Para vos —perfecta lunática, pero queridísima libertaria— estas hamacas enredadas al viento.

Un álamo es un mundo de alas, trinos, aullidos...
Estirás —tan dura— los brazos  
y nunca alcanza.

Cicatriz es la hamaca que, oxidadas las cadenas, podrida la madera,
olvidada su gracia aérea,
dejé
—confinada en cualquier plaza—
de esta cabeza de calabaza.


Fotografía: Carolina Mora
Texto: Matías Noya


domingo, 16 de septiembre de 2012

Paloma...





Si salta, si se sacude el óxido del lomo
como hacen los perros mojados para secarse;
si cambia esos tonos opacos y vuelve al sur
siguiendo los colores de la tarde,
puede haber una oportunidad.

El instinto perdido en la ciudad
de las aves ciegas
que se estrellan contra las ventanas en los edificios,
como aviones de un atentado antiterrorista,
no está en stock en las veterinarias
y  entre tanto departamento sobrepuesto,
lomo con lomo, tornillo a tornillo,
ningún vecino tiene idea.

Bajo por una  cerveza  al barcito de enfrente.
Por la hora, debería el sol darnos una buena paliza,
de esas lindas, con ojos hinchados y todo.
Pero están los edificios haciendo de hermano mayor
y entonces nada,
todos pierden su propia sombra: la botella
y el mozo, y los pocos árboles sobre la vereda.
Del fondo de la calle —hasta donde no dan los ojos—
llegan sirenas y bocinas
y el murmullo de muchas voces
pegoteadas y unidas con el calor, la rutina,
los trabajos insoportables que nadie se ánima a dejar,
en la vuelta a casa del fin de jornada.
Dejé mi nido por este departamentito alegre
frente a un bar de puertas
y ventanas oxidadas. La tarde va girando
y yo me estiro sobre la silla sin sombra 
en la vereda del bar.
Antes me quedaba en una plaza con las palomas
que eran el remedio aéreo
de una vida con las defensas bajas.

La noche va girando al revés.

Las ambulancias pasan, la vida también.
Pasan los patrulleros, el crimen;
las hinchadas en camiones pasan,
pasan los noventa minutos,
y el domingo también pasa.

De tanto pasar no pasa nada.

En la cornisa de la tarde que gira,
de la noche que gira al revés,
la paloma oxidada
ensaya un salto.


Fotografía: Carolina Mora
Texto: Matías Noya

lunes, 27 de agosto de 2012

Después de todo, mañana será otro día


Cerremos el capullo mi vida;
olvidémonos del mundo
con su furia y su sonido,
y su lastre luminoso.

Hay familias de barro que se pierden del todo
cuando llega la época torrencial de verano.
Familias que no salen en TV los domingos,
familias que, como un charco de agua oscura, 
se evaporan con el sol después del aguacero.

Yo quiero ser la heroína que las lluvias no desmantelen
como a un pedazo de barro moldeado,
o que no muera de una granizada durante alguna noche
que la noche pase sobre nuestro costado de planeta.

Va a estar anocheciendo cuando salga
y la lluvia habrá pasado. Afuera las cosas del día se nos van para abajo.
Sube la noche con sus cosas negras y sonoras.
Yo quiero ser la heroína romántica de la película que te hagas.
Yo quiero atarte con juncos a la cerca del estanque
y contarte un sueño que tuve y terminaba mal. 

"Después de todo...mañana será otro día".



Texto: Matías Noya
Fotografía: Carolina Mora

Antídoto liviano


Durante las horas negras de la madrugada me quedo en la plaza. Hace rato ya empezaron a cerrarse los negocios. Los restaurantes y otros espacios públicos quedaron vacíos. Quizás apenas algún bar humeante aún contenga dentro el aliento de un par de tipos como yo, que no tienen razón para volver a casa.
      Hace unas semanas comencé a no volver. No tengo ganas de verte. El trabajo me está comiendo el hígado y vos los riñones. Me aburro, me ahogo, me duelen los ojos de nada más mirarte.
      Así que adopté esta plaza, y creo que ella a mí; así que esta plaza son “las horas extras” que vos sabés.
      A veces hace un frío estúpido y malhumorado, y acá la inseguridad es la reina de corazones.
      Pero también es la época migratoria.
      Y en todo caso las palomas son un remedio aéreo.
      Un antídoto liviano.
      

Texto: Matías Noya
Fotografía: Carolina Mora

domingo, 26 de agosto de 2012

Stop in the red light





Rojas como el semáforo que demora 
nuestras vacaciones
en el punto final de este viaje terrestre, 
tus mejillas parpadeaban en los espejos retrovisores, 
en las vidrieras, junto a las últimas nubes 
también rojas, 
que se espejaban en los cristales de los negocios, 
de la última porción de tarde 
que la noche iba comiendo despacio 
como harías con una ciruela 
si estuviera en tu mano.  





Texto:  Matías Noya
Fotografía: Carolina Mora



La mitad persistente del vidrio roto


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A la casa la consumen cicatrices de las que nadie se hace cargo y los interesados ahora pasan de largo, engañados por el miedo que causa el abandono.
Una mano de pintura roja sobre otra mano y las manos manchadas de los obreros que pusieron mano sobre mano, en la casa quebrada.
Anoche pasé por la vereda de esa casa corriendo y cantando. Me puse a rezar por la belleza de los vidrios rotos, a medias sostenidos en las ventanas, que refractan medio cielo, media tierra, medio mar, medialuna, la mitad de tu cara, sólo uno de tus ojos, que son verdes o cafés.
Para vos, esta noche me visto de sioux. Me pinto la cara roja con la pintura que los obreros olvidaron.
Y entonces soy otro chico salvaje y descalzo que tira piedras a las ventanas, feliz con sus guerras imaginarias.



Fotografía: Carolina Mora
Texto: Matías Noya
Lectura: Sole

La lección




Es la sala de clases de la Dra. K. Un ámbito insufriblemente caluroso cuando brotan sus palabras como un torrente insuperable de conceptos romanticistas. Los ventanales, que podrían dotar algo de sosiego resoplando alguna brisa, son inútiles casi siempre: el verano parece haber decidido instalarse ininterrumpidamente en nuestra villa. Vistos desde el cielorraso los pupitres están dispuestos en un simétrico dibujo romboidal; no hay cortinas, pero sí un par de plantas que bajo esta canícula despiadada e inusual exponen todo el tiempo flores rojizas, casi diría de color de fuego, como si fueran parte o se difuminaran con el mismo aire sofocado del que respiran, o que al contrario emanan.
      La Dra. ingresa siempre por la misma entrada (la sala tiene dos puertas oblongas de roble pintadas de verde, una enfrentada a la otra en los laterales del aula). Así, aguardando su saludo sentimental de cada tarde de viernes, permanecemos sentados, pensativos, dudando de la salubridad de haber optado por esta cátedra literaria. Durante dos horas oiremos la etílica voz de la Dra. predicando sobre las nuevas tendencias del arte, los affaires de los escritores que empalagan las góndolas del supermarket, los cientos de poemitas tragicómicos destinados a sus variados y fallidos amantes, el concepto que de cada uno de nosotros tiene y su grave crítica a nuestros escritos…
      Alternamos —habitualmente— la lectura de los clásicos con relatitos porno soft.
      —Las letras son lo mismo, sean drama, comedia o penetraciones—dice la Dra. K. Y de sus labios todo suena irrefutable.
      Ese no es el problema. Lo es, en cambio, el odio que incapaz de comprender, siento por ella, un odio casi como un amor terrible.
      —Escríbame una novela —dijo una tarde inclinándose hacia mí, casi besándome la frente— Yo seré su heroína. No le faltarán sucesos. Su prosa será rica en pasiones, tragedias. Seré un espanto de personaje, pero le daré la fama que anhela y que quizá merezca.




Matias Noya.